A 23 kilómetros de las costas de Fukushima, anclada en el fondo marino con poderosos cables metálicos, y levantándose por encima de los 100 metros sobre una plataforma flotante, se encuentra «el símbolo del futuro de la energía eólica» (palabras mayores del gobernador Yuhei Sato).
Japón ha decidido apostar fuerte por las turbinas flotantes en el mar. Desde el tsunami que provocó el «apagón» nuclear, el reino del sol naciente se ha puesto a la cabeza mundial en una tecnología innovadora que puede abaratar los costes, facilitar la instalación y posibilitar los parques eólicos offshore a profundidades superiores a los 50 metros (uno de sus principales obstáculos para su implantación en España).